miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA MANO, PROLONGACIÓN DEL CEREBRO

LA MANO, PROLONGACIÓN DEL CEREBRO Por Alberto E. Moro Detrás de cada mano, hay un ser humano en su versión irrepetible, con su alma, sus angustias, sus alegrías y su espiritualidad La mano humana es una extraordinaria y versátil herramienta capaz de realizar innumerables acciones de la más variada naturaleza, gracias en gran parte a una propiedad denominada prehensión, y que consiste esencialmente en la capacidad de asir y manipular objetos oponiendo el pulgar a los demás dedos. Esta aptitud no es exclusiva del hombre sino que la comparte con otros mamíferos, pero solo en él alcanza el despliegue de movilidad necesario para lograr tanta eficiencia. Con la ayuda claro está, de las articulaciones de la muñeca, el codo y el hombro, que con sus rangos específicos de movilidad permiten al animal humano colocar la mano en las más variadas posiciones, según las necesidades. Ese “instrumento de los instrumentos”, como lo llamó Galeno hace casi dos mil años, es capaz de ejercer una enorme fuerza en ciertas circunstancias, y obrar en cambio con increíble sutileza en otras. Piénsese que podemos colgar el peso de nuestro cuerpo sujetándonos solo con las manos, o destapar un frasco de dulce pegado tan solo rodeando la tapa con los dedos. Y con esas mismas manos pueden los músicos experimentados extraer complejos y armónicos sonidos, o el cirujano ocular llevar a cabo con éxito microscópicos movimientos del instrumental dentro del ojo. También es un delicado instrumento del amor en todas sus formas, y un asombroso medio expresivo y creativo en manos de los artistas de todas las vertientes. Más allá de su eficacia biomecánica, la mano humana es un maravilloso órgano de recepción sensorial, extremadamente sensible, que informa al cerebro sobre la temperatura, la distancia, el espesor, la consistencia, la forma y la superficie de los objetos que tocamos. Muchas de las percepciones que nos da la vista, han sido educadas por las manos en su continuo manipular el entorno. Se ha dicho que sin ellas, nuestra visión del mundo sería plana y sin relieve. También se ha discutido si el inigualable desarrollo de la inteligencia humana no se deberá al hecho de que en épocas remotas pre-humanas, nuestros ancestros arcaicos, al abandonar la vida arborícola, liberaron a los miembros superiores de su función locomotora permitiendo la manipulación investigadora progresiva. Lo cierto es que la posibilidad infinita de palpar delicada o reciamente todo lo que los rodea, es lo que probablemente ha otorgado a los seres humanos la supremacía adaptativa que ostentan el reino animal. Por ello, no puedo menos que compartir la trouvée que a veces se lanza al ruedo de la conversación: “La mano es la prolongación del cerebro.” Cada mano, con sus 27 huesos, innumerables articulaciones, ligamentos, aponeurosis, nervios, venas, arterias y músculos extrínsecos e intrínsecos (decimos innumerables en sentido figurado, pues estos elementos están todos debidamente identificados, pero sería tedioso enumerarlos aquí), es una compleja estructura cuya integridad debemos proteger cuidadosamente. Los traumatismos y enfermedades acechan a ese fino instrumento tanto como al resto del organismo, y no pocas veces el accidente o el descuido nos colocan en el trance de ver disminuida en forma permanente su capacidad funcional, como cuando se pierde un dedo o parte de él, o queda restringida la movilidad de uno o varios de ellos. En tiempos no muy lejanos, pero con poco acceso a las tecnologías existentes, el tamaño de una mano campesina standard servía como instrumento de medición primitiva. De allí derivan la distancia de un palmo, la pulgada como referente al ancho del pulgar, y hasta la yarda, que era la distancia que iba desde la nariz al extremo del pulgar. También se firmaban los compromisos con la impronta del pulgar, que como la huella de los demás dedos es única y diferente para cada ser humano. Y también es bueno recordar que más modernamente un sabio argentino llamado Vucetich descubrió las aplicaciones prácticas de la dactiloscopia para la identificación personal. Desde siempre, la mano sirvió para el combate, tanto en los albores de la civilización y en el cruel pankratio griego, como en las artes marciales del Oriente y el box de hoy, para empuñar espadas y fusiles, o para gatillar las armas de destrucción modernas y digitar el disparo de los asépticos misiles. Como contrapartida, incontables y excelsas obras de arte han sido manifestaciones del espíritu cristalizadas a través de las manos, en el dibujo, la pintura la escultura y la música. Cualquier mano puede empuñar un puñal o una pistola, pero no cualquier mano puede gestar obras sublimes: dibujar como Durero, pintar como Rembrandt, esculpir como Miguel Ángel o tocar el piano como Paderewsky. Detrás de cada mano, hay un ser humano en su versión irrepetible, con su alma, sus angustias, sus alegrías y su espiritualidad. El puño cerrado es violencia, la mano abierta es bondad, y el abrirse ambas manos generosidad para dar y humildad para recibir. El índice nos acusa, y la palma nos perdona. Y hoy los ciegos pueden leer a través de sus manos, y el mundo entero estar comunicado, como la nomenclatura tecnológica lo indica, en forma “digital”, es decir a través de la asombrosa ductilidad de sus dedos. ¡Manos a la obra, pues! Que una mano lava a la otra… ¡Y así quedamos mano a mano! La Falda, Octubre de 2013 ---o0o---

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