martes, 11 de febrero de 2014

SOCHI 2014, JUEGOS OLÍMPICOS DE INVIERNO Por Alberto E. Moro Todo lo que no sabemos acerca de los Juegos Olímpicos de Invierno _________________________________________________________________________ Hace 10 años, la ciudad de Sochi no era más que un lugar de veraneo a orillas del Mar Negro y no había absolutamente nada relacionado con los deportes de invierno, ni siquiera un solo campo de esquí en las cercanas montañas del Cáucaso. Como suele suceder en los gobiernos de signo autoritario, la voluntad o el capricho de los gobernantes puede hacer bajar de su pedestal a una escultura emblemática como sucedió entre nosotros o, como en este caso, convertir a una ciudad balnearia en un centro de deportes invernales. Todo ello, claro con un elevadísimo costo que deberá pagarse con los dineros del pueblo. Sucede que Vladimir Putin tiene una casa de veraneo en esa ciudad, y un buen día descubrió que a no más de 50 kilómetros había cumbres nevadas. De allí a programar un gran centro de deportes invernales con la estructura adecuada para celebrar los Juegos Olímpicos hubo solo un paso que ya se dio, no obstante las fuertes críticas del pueblo ruso al costosísimo proyecto. Argentina, que participará tan solo con 7 deportistas, no tiene una tradición olímpica en estas disciplinas no obstante tener a lo largo de todo su territorio nada menos que la Cordillera de Los Andes y sus nieves eternas, fundamentalmente por carecer de una infraestructura adecuada, pues se trata de un país que no ha alcanzado aún el desarrollo que sus potencialidades permitirían. Por esta razón, no está de más historiar ligeramente el por qué y el cómo de la existencia de unos Juegos Olímpicos de Invierno. Desde los comienzos del siglo pasado, en el olimpismo moderno existieron presiones para que los deportes propios de los países nórdicos fueran incluidos en los Juegos. Estos deportes, obra de la creatividad propia de los seres humanos para dar rienda suelta a través de lo lúdico a su vitalidad y alegría de vivir, surgieron naturalmente, en aquellos países donde la mayor parte del año hay calles y lagos helados, y nieve en abundancia. Como muchas otras características definitorias de lo que se ha dado en llamar, un tanto arbitrariamente por cierto, la cultura occidental, las primeras manifestaciones de estos juegos, más tarde convertidas en disciplinas deportivas, se dieron en el viejo continente. Países como Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca, fueron los primeros, seguidos no mucho más tarde por Alemania, Suiza, Rusia, Francia e Italia. Más tarde, ya en marcha la enorme tarea difusora del olimpismo, se fueron incorporando todos los países con clima similar aunque más no sea en ciertas épocas del año, y cuya inserción en la modernidad les permitía tales expansiones. Ya desde 1908 en Londres, hubo una competencia de patinaje sobre hielo. Más tarde, en Amberes 1920 se compitió en hockey sobre hielo. Pero no fue sino en los Juegos de París 1924, cuando se instituyeron unos juegos paralelos en el conocido paraíso turístico de Chamonix. Curiosamente, tal como había ocurrido con los juegos de 1900, también en esta ocasión se reconoció a posteriori, en 1925 que estas competencias serían registradas como los primeros Juegos Olímpicos de Invierno. A partir de ese momento, los juegos del frío integraron el programa olímpico hasta 1992, realizándose cada cuatro años, en el mismo año que los juegos de verano. De esa manera, se llevaron a cabo quince juegos, en las ciudades de Saint Moritz (Suiza) año 1928, Lake Placid (USA) 1932, Garmisch (Alemania)1936, Saint Moritz nuevamente en 1948, Oslo (Noruega) 1952, Cortina D’Ampezzo (Italia) 1956, Squaw Valley (USA) 1960, Innsbruck (Austria) 1964, Grenoble (Francia), Sapporo (Japón) 1968, nuevamente Innsbruck 1972, nuevamente Lake Placid 1976, Sarajevo (Yugoeslavia) 1980, Calgary (Canadá) 1984, y Albertville (Francia) 1988. Después de esa fecha, el Comité Olímpico Internacional, dado el gigantismo de los juegos de verano y las crecientes complejidades organizativas que de ello se derivan, resolvió que sin abandonar la periodicidad cuadrienal, los juegos de invierno y los de verano no se llevarían a cabo en el mismo año sino intercalados cada dos años. Los primeros no coincidentes con los de verano, fueron los de Lillehammer 1994 en Noruega, y todos los que le siguieron: los de Nagano 1998, en Japón, los de Salt Lake City 2002 e USA, los de Turín 2006, en Italia, los de Vancouver Canadá en 2010, y en este preciso momento los de Sochi 2014 que ya hemos mencionado. Y ya se están preparando los juegos de 2018 en Pyeongchang, Corea del Sur. Los Juegos Olímpicos de invierno, mucho más reducidos que los de verano, con menor cantidad de participantes y público, y realizados generalmente en lujosos centros de turismo invernal cuyos costos son inaccesibles a la mayoría de los mortales, han sido también más “fríos” en la generación de exaltaciones desmedidas, y han estado generalmente desprovistos del apasionamiento desenfrenado que exhiben los adeptos a ciertos deportes populares. Una excepción fue la recalcitrante oposición de Noruega al olimpismo y su pretensión de que los Juegos de Invierno se celebraran solo en Escandinavia, así como el no reconocimiento de ese país al valor simbólico de la Llama Olímpica. El fuego sagrado iluminó los ánimos invernales tardíamente, recién en 1948, durante los segundos juegos de Saint Moritz. En los siguientes Juegos de Oslo, los noruegos encendieron la llama en Morgedal, en su propio territorio, no aceptando que fuese traída desde Olimpia, ejemplo que fue seguido cuatro años más tarde por los organizadores de Cortina D’Ampezzo, juegos en los que fue alumbrada desde el Capitolio Romano. Para no ser menos, los organizadores norteamericanos de Squaw Valley solicitaron nuevamente a los noruegos traer la llama desde Morgedal. Pero a partir de 1964, en los Juegos de Innsbruck, se restableció la liturgia propuesta originalmente por Pierre de Coubertin, y la llama desde entonces siempre vino procedente de Olimpia en los juegos sucesivos, en una olímpica y póstuma victoria del gran pedagogo y restaurador del olimpismo, que en no pocas ocasiones tuvo que sufrir la indiferencia cuando no el desdén de los que no compartían su entusiasmo y sus nobles ideales. Tampoco la idea original coubertiniana de alojar a todos los deportistas juntos en una villa o agrupamiento especial para fomentar la sana convivencia entre jóvenes procedentes de distintas partes del mundo, recreando así el espíritu antiguo, había sido muy respetada que digamos. Fue en los VIII° Juegos Olímpicos de Invierno de Squaw Walley, 1960, donde ello ocurrió por primera vez. La Falda, Febrero de 2014 ---o0o---

No hay comentarios:

Publicar un comentario